lunes, 16 de marzo de 2009

ANTONIO DE CAPMANY, Centinela contra franceses, 2008 (1808).

Napoleón quiso saber qué pensaban de él los españoles, y le presentaron un libro, el del catalán Antonio de Capmany titulado Centinela contra franceses. Uno de sus ayudantes de campo le tradujo alguno de sus pasajes. La impresión que el dictador debió llevarse no tuvo que ser muy halagüeña: los españoles creían en sí mismos y despreciaban su tiranía. Aquel libro, publicado en septiembre de 1808, cuya portada presentaba un puño dentro de un círculo adornado con un eslogan elocuente –“De la unión la fuerza”-, fue un auténtico superventas. Se tradujo al francés, portugués e inglés, y llegó a publicarse en México, Perú, Filipinas, Cuba y Estados Unidos.



Antonio de Capmany i Suris de Montpalau (Barcelona, 1742 – Cádiz, 1813) fue filólogo, historiador y diputado por el Principado de Cataluña en las Cortes de Cádiz. Este ilustrado catalán desempeñó cargos en la administración bajo Carlos III y Carlos IV, y fue miembro de la Academia de la Historia, así como de las de Bellas Artes de Barcelona y Sevilla. Escribió decenas de trabajos de las materias más variopintas, entre las que despunta su Filosofía de la elocuencia (1777). Sin embargo, nos ha llegado hoy por una obra de propaganda política, Centinela contra franceses.


El título no es original. Capmany lo tomó de dos obras célebres entonces: Centinela contra judíos (1674) de Francisco de Torrejoncillo, y Centinela contra francmasones (1752) de fray Joseph Torrubia. El trabajo de Capmany es un resumen bien escrito de la propaganda bélica del momento. En sus páginas se encuentran la conocida tríada “religión, patria, rey” –omnipresente en la literatura de la Guerra-, las diatribas habituales contra Godoy, la francofobia y las comparaciones de Napoleón con demonios y animales dañinos.


Lo más interesante del libro es la carta que Capmany dirigió a Godoy el 12 de noviembre de 1806, y que el autor incluyó al final de la primera parte de Centinela (pp. 118-122). En ella exhorta a Godoy a infundir patriotismo en “la opinión” española generando autoestima por la cultura, el idioma, las costumbres y las leyes propias. Pero no fue Godoy, claro, el promotor de ese espíritu nacional, sino que, a su entender, ese papel parecía destinado en 1808 a la Guerra contra el francés.


El estudio introductorio de Jesús Laínz merece una mención aparte. El principal propósito de Laínz en su estudio es mostrar el carácter nacionalista español de Capmany para, a continuación, mostrar la tergiversación o invención histórica del catalanismo. Centinela contra franceses sería el máximo exponente de ese españolismo de Capmany. Laínz repasa con acierto algunas de las más importantes cuestiones que el autor catalán señaló en aquella obra. No obstante, y sin restar un ápice de valor al estudio de Laínz, sí es necesario matizar algunas cosas y apuntar otras ausentes.


Una de esas ausencias es la referencia al carácter ambiguo con el que Capmany utilizaba el concepto “nación”, pues lo usó para referirse a la española y, a la vez, a las “otras” naciones españolas. Es decir, Capmany habló en Centinela de la “gran Nación” española como suma de las “pequeñas naciones” de “aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, extremeños, catalanes, castellanos, etc.” (pp. 134-135). Capmany entendió la nación como la unidad de voluntades, leyes, costumbres e idioma, trasmitida de generación en generación, pero no concretó ninguno de esos cuatro términos. La confusión que hoy podríamos achacar a Capmany se debe al momento en el que escribe Centinela, es decir, en época romántica. Y claro, Capmany como antiguo austracista, vivió entre el romanticismo revolucionario –que era entonces el de la nación española como nación de ciudadanos- y el romanticismo tradicionalista –el de las naciones identificadas con los reinos medievales peninsulares-.


Las contradicciones de Capmany, a veces llevado por su labor propagandística, otras por su ego y muchas por odios personales, fueron su gran debilidad. Una consecuencia de esto fue su ataque a los liberales en el Cádiz de las Cortes a través de la descalificación personal y política, por escrito y de palabra, de uno de sus líderes, Manuel José Quintana. Capmany, quizá sin querer, se convirtió así en instrumento de los reaccionarios que querían la división y la perdición de los constitucionales. Capmany atacaba la idea de nación y libertad de Quintana, al que, como ya habían hecho los reaccionarios, llamó “filósofo” y “jacobino” que escribía “en estilo anfibio con vocabulario francés”.


También son importantes, y significativos, los silencios de Capmany: no hay una sola crítica a Carlos IV. Este “olvido” fue propio de la época y de la guerra de propaganda, en la que todo lo Borbón era bueno en comparación con lo Bonaparte. La crítica se centró en Godoy, cuya descalificación es más personal que política, como si el rey que lo sostenía y aplaudía no hubiera existido. Lo mismo ocurre con “la filosofía”, que Capmany, un ilustrado, despreciaba como si fuera un producto exclusivamente francés, diciendo que había contaminado a la juventud, porque la “civilización a veces mata a las naciones” (p. 137). Esta actitud reaccionaria, tan propia del XVIII, se compadece muy mal con su apoyo a la Constitución de 1812.


Ahora bien, el valor de Centinela contra franceses, como bien indica Laínz, está en que es un compendio impagable de la propaganda patriótica de 1808. Es un tratado, si se quiere llamar así, sobre el sentimiento de pertenencia nacional, pero no un texto que analice las raíces históricas y culturales de la nación, ni que plantee un proyecto de futuro. Políticamente no fue más allá de reivindicar la independencia como condición para que los españoles tuvieran su propio régimen, pero esto no significaba casi nada con la revolución de 1808 en marcha que culminó en la Constitución de 1812. Es más, en la segunda parte del libro, publicada en 1809, renunció expresamente a seguir el juego de los “ociosos” que emplean su tiempo en pensar y escribir sobre “el mejor gobierno” (pp. 141-142). Centinela contra franceses, por tanto, llamaba a los sentimientos, no a la razón, que es lo que distingue a un texto de propaganda de un ensayo teórico. A un libro de este tipo no hay que pedirle nada más que la eficacia a la hora de movilizar a los invadidos contra el invasor. Y esto lo cumplió con creces.


Jorge Vilches, en el Suplemento de Libros de Libertad Digital, 2008.


ANTONIO DE CAPMANY: CENTINELA CONTRA FRANCESES. ESTUDIO INTRODUCTORIO DE JESÚS LAÍNZ. ENCUENTRO (MADRID), 2008, 186 páginas.

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